La candidata Nikki Haley, última rival en pie por la designación republicana frente al expresidente Donald Trump, anunció este miércoles que se retira de la carrera hacia la Casa Blanca. La decisión llega horas después de la celebración del Supermartes, jornada en la que 15 Estados votaban en sus primarias, y que se saldó con la victoria aplastante de Trump en 14 de ellos. Por si quedaba algún obstáculo en esa travesía, el expresidente ya tiene libre el camino para presentarse a las elecciones de noviembre contra un viejo conocido por el lado demócrata: Joe Biden.

La candidata ofreció su discurso de retirada pasadas las 10.00, hora de la costa este de Estados Unidos (16.00, hora peninsular española). Lo hizo en Charleston, la elegante ciudad que ha escogido como cuartel general para su campaña, y ante 12 banderas estadounidenses. “Ha llegado el momento de suspender mi campaña”, dijo.

No brindó, como se esperaba, su apoyo a Trump, pese a que en verano pasado dijo que se alinearía con el candidato republicano que resultara finalmente elegido. “Siempre he sido una republicana conservadora y siempre apoyé al candidato republicano [en todas las elecciones]. Pero en esta cuestión, como en tantas otras, sigo el buen consejo de Margaret Thatcher, cuando pedía no segur a la multitud. Ahora le corresponde a Donald Trump ganarse los votos de aquellos dentro y fuera de nuestro partido que no lo apoyaron. Y espero que lo haga. En el mejor de los casos, la política consiste en incorporar a la gente a su causa, no en rechazarla. Y nuestra causa conservadora de que necesitamos más gente”.

Haley era la única mujer entre los 14 aspirantes que comenzaron la carrera en el partido conservador. Aportaba sus credenciales como gobernadora de Carolina del Sur (2011-2017) y como embajadora de Estados Unidos ante la ONU, cargo para el que fue nombrada por Trump cuando este estaba en la Casa Blanca.

Logró llamar la atención al lanzar su candidatura con una crítica a la avanzada edad de los que finalmente serán los dos aspirantes a las elecciones de noviembre por ambos partidos, Biden, de 81 años, y Trump, de 77, para los que pidió pruebas de capacitación cognitiva. Ella cumplió en enero 52. Después, viró su mensaje para atraer a los votantes republicanos moderados y a los indecisos, a los que une la poderosa razón, confiaba ella, del temor a un regreso del magnate republicano al timón de la primera potencia mundial cuatro años después. Otros de sus ataques se centraron en el “tratamiento irrespetuoso” de Trump a los veteranos de guerra (entre los que se cuenta el marido de Haley) y la idea de que su presidencia trajo el caos y la inestabilidad a Estados Unidos. También trató de venderse como la única capaz de derrotar a Biden en noviembre.

Donald Trump, en su residencia de Mar-a-Lago en la noche electoral del Supermartes. Marco Bello (REUTERS)

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Nada de todo eso, ni siquiera el hecho de que en las últimas semanas se mostrara más agresiva con su contrincante, le sirvió ante un Trump que le dedicó el desprecio y los insultos que acostumbra a dispensar a sus enemigos (la llamaba “cabeza de chorlito”) y que a la postre se ha demostrado más fuerte que nunca. Haley, que perdió por 20 puntos en una plaza tan significativa como Carolina del Sur, Estado que gobernó con notables índices de popularidad, se ha tenido que conformar con un par de victorias testimoniales: ganó el fin de semana pasado en el Distrito de Columbia (es decir, en la muy demócrata ciudad de Washington) y en Vermont, en la que fue la gran sorpresa (y la única emoción) del Supermartes. Se trata de un Estado pequeño, que solo aporta 17 de los 2.429 delegados para la convención nacional republicana, que se celebrará en Milwaukee (Wisconsin) en julio. En el momento de su retirada, Haley había acumulado 89 delegados, por los 995 de su rival.

Los porcentajes logrados en lugares con primarias abiertas como Carolina del Sur (40%) o New Hampshire (42%) podrían ser indicativos de los problemas que aguardan a Trump en noviembre, cuando tengan que votar algo más que los republicanos. También sirvieron para dejar patente la enorme fractura en el partido, dividido entre la minoría de los conservadores tradicionales, de la estirpe de Ronald Reagan, con su optimismo y su fe en las instituciones, en los mercados y en el papel de la primera potencia como policía del mundo, y la mayoría que sigue ciegamente al magnate en su pesimismo aislacionista y el nacionalismo populista del movimiento MAGA, siglas de Make America Great Again (devolvamos la grandeza a Estados Unidos). Si alguna vez esas ideas estuvieron en los márgenes, se han colocado, nueve años después de la irrupción de su líder en la escena política estadounidense, en el centro de una formación partida por la mitad.

Poderosos donantes

La aspirante contó hasta el final con el apoyo de donantes conservadores que se resistían a ver de nuevo a Trump en la Casa Blanca. En vista de que se da por hecho que Haley no apoyará la campaña del magnate, la retirada de la candidata abre dos interrogantes: ¿votarán sus simpatizantes por el expresidente, darán su apoyo a Biden o se abstendrán en noviembre? El segundo enigma es más urgente: ¿dónde se irá todo ese dinero que la sostenía? De momento, algunos de los más famosos donantes, como Charles Koch, ya la habían abandonado, rendidos ante la evidencia de que el final de su camino estaba cerca. Y la campaña de Trump ya ha comenzado estos días a maniobrar para atraerse algunas de esas generosas aportaciones a sus arcas, mientras los defensores de la alternativa de un tercer partido para salir del atolladero de una repetición del duelo Trump-Biden acarician la idea de que Haley quiera enarbolar esa bandera.

Resulta tan improbable esa opción como la posibilidad de que ella se decida a completar la papeleta republicana como vicepresidenta, opción que ha descartado públicamente. A la pregunta de qué le hizo aguantar tanto tiempo, tras la renuncia de su principal rival por el segundo puesto, Ron DeSantis, que tiró la toalla en enero, tras los caucus de Iowa, los analistas respondían que Haley estaba aprovechando que los focos de la atención nacional la apuntaban para armar una candidatura sólida para las elecciones de 2028. Cuatro años son, más que nunca, una eternidad en la política estadounidense. Así que esa será otra historia.

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